¿Ha podido ejercer el poder en alguna ocasión? ¿No? No se ponga triste. Además, es pasajero.
Quien ejerce el poder debe ser soberano por encima de todo: debe ser consciente de quién es, asumir responsabilidades, tomar decisiones con sentido de la proporción, no perder la empatía con sus subordinados en ningún momento, ser justo y equitativo, saber apartarse a un lado y tener una visión de conjunto y no utilizar su libertad de acción arbitrariamente. Con todo, como el poder es una droga altamente adictiva, solemos ver a los poderosos de forma diferente.
Un buen ejemplo de poderoso podemos buscarlo en el expresidente Donald Trump. Su verdadera relación con el poder se puso claramente de manifiesto cuando tuvo que abandonarlo. No le fue fácil soltarlo y su pérdida le resultó dolorosa. El poder, sin embargo, también puede ser dañino a pequeña escala. Existen empresarios que dirigen empresas pequeñas que se comportan como Napoleón, que esclavizan a sus empleados, los tratan como a mendigos y les gustaría mantenerse en el puesto de mando más allá de su jubilación. Esto no tiene que ser siempre malo en todos los casos, peró sí cuando se actúa como un patriarca y se cree que la empresa dejará de funcionar sin su participación. Patronos como éste cierran el paso a la generación siguiente y se echa a perder el futuro. Una vez trabajé en una editorial cuyo editor perdió el contacto con el presente y se aferró a su cargo hasta la muerte. Su sucesor tenía ya sesenta años cuando ocupó el cargo. Su primera acción empresarial: destruir el trabajo de toda una vida de su padre y vender la editorial al mejor postor. Algo comprensible.

Este fenómeno se puede ver en asociaciones y clubes deportivos. Alguien llega a presidente del club de tenis local y por fin toma el mando. Los síntomas de abstinencia de tal droga llegan inmediatamente cuando expira el mandato. Debe de ser agradable poder satisfacer la vanidad personal con alguna forma de poder. No quiero ni hablar de la situación política: demasiado deprimente. Por fortuna también hay quienes no necesitan un espejo publico y trabajan con sensatez en un segundo plano. Se trata de gente que también tiene poder, pero que actúa en una segundo plano. Por ejemplo, los secretarios de Estado con una especialidad profesional que aportan información a sus ígnaros ministros. El poder es seductor, pero también fugaz. Y entonces los sueños estallan por el aire, pues los poderosos olvidan una cosa: la atención que se les presta es por su cargo, no por su persona.
En este sentido, vuestra:
Angelika Schaller
Directora de Das Dental Labor (Alemania)